A través del cristal: un vistazo a las copas de vino

Red Wine

Red Wine, foto de gfpeck en Flickr, CC BY-ND 2.0.

Así como el hábito no hace al monje, la copa no hace un vino de categoría… ¿o sí? En principio, un buen vino se basta solo para lucirse, pero los amantes del vino saben que éste transmite distintas cualidades según la copa en que se sirva: su estructura, tamaño, y grosor (o más bien, finura) del cristal, formarán un marco que realzará – o desmerecerá – los matices aromáticos y de sabor.

Para empezar, deben de ser de buen cristal incoloro (y sin adornos – esas copas talladas que alguna tía querida nos regaló por la boda quedan mejor en el aparador). Algunas marcas ofrecen copas especialmente diseñadas para destacar las características únicas de cada varietal y/o región, pero en términos generales, las copas algo más pequeñas y un poco alargadas retienen mejor la frescura y cualidades aromáticas de los vinos blancos, mientras que las copas más grandes y amplias permitirán que el vino tinto respire mejor y se suavicen sus taninos.

Vinos blancos: éstas copas de tamaño mediano deben conservar mejor el frescor que requieren éstos vinos y destacar su fruta, lo cual también las hace aptas para rosados. La copa de vinos blancos más conocida es la copa Chardonnay, ligeramente bulbosa y de boca algo más estrecha, que permite concentrar mejor los aromas y apreciar el equilibrio de la fruta y la acidez.

Para vinos tintos, las copas mas habituales son la copa Borgoña, alta y con forma de tulipán, mejor para degustar vinos grandes, plenos y con mucho cuerpo, y la copa Burdeos, más redondeada y ampulosa, cuya forma concentra los aromas frutales y permite que los tintos más jovenes y muy tánicos se aireen y se suavicen.

Copa jerezana: la clásica para degustar vinos generosos, y vinos dulces y de postre.

Los aficionados al vino espumoso tienen dos opciones: la copa de tulipa, que es la preferida para vinos de Champagne de gran categoría, ya que su cuerpo alto y algo redondeado permite apreciar el recorrido de las burbujas, mientras que su boca algo más cerrada permite una mejor percepción de los aromas; o la flauta, que por su forma dirige las burbujas hacia la punta de la lengua, y se recomienda para espumosos más ligeros y neutros.

Champagne Flutes

Champagne Flutes, foto de Dinner Series en Flickr, CC BY 2.0.

Haga lo que haga ¡ni se le ocurra desperdiciar un gran champagne o cava en una ‘coupe’! La famosa coupe ancha y poco profunda, supuestamente creada tomando como modelo los pechos de ciertas aristócratas francesas del s. XVIII (lo cual no es cierto, por entretenida que resulte la historia – ésta copa fue diseñada un siglo antes en Inglaterra), deja que el vino se entibie y pierda sus maravillosas burbujas mucho antes (aunque haya quien diga que eso es por no beberse el vino con suficiente rapidez); mejor dejarla para servir el sorbete entre platos.

Cuidado de las copas

Es preferible lavar las copas de vino con agua caliente y una o dos cucharadas de bicarbonato, vinagre o lejía antes que con detergentes lavavajillas convencionales; éstos, además de empañar el brillo del cristal, dejan siempre residuos y fragancias artificiales que, al ser atrapados por la superficie porosa del cristal, alteran los aromas y sabores del vino que se sirva allí la próxima vez (además, la película que dejan los lavavajillas en el cristal pueden disminuir el burbujeo del vino espumoso). Una vez enjuagadas, se deben secar cuidadosamente con un trapo suave de hilo que no deje pelusa.

Leer esta entrada en inglés: In A Glass Clearly: The Basics of Stemware.

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